Por
Enrique Ochoa Antich
1. Sería relativamente fácil denunciar
fraude y ya como explicación de unos resultados
electorales que, sin duda alguna, contradicen lo que es el generalizado
sentimiento de rechazo frente al gobierno. Pero no lo hubo, al
menos en el sentido tradicional del concepto, es decir, como robo de
votos. Imposible que un sistema electoral auditado ¡14 veces! (incluyendo
el contraste de las papeletas manuales con los resultados que arrojan las
máquinas electrónicas) permita trastrocar los votos. Tendrían que ser tontos, y
no lo son, los técnicos de la oposición/MUD que participaron de ese proceso de
verificación y control. Sí hubo abuso de poder, y lo ha habido siempre (por
ejemplo, lo hubo cuando la oposición/MUD ganó la mayoría de la AN), tal vez en
esta ocasión más impúdico que nunca, que se materializó en obstáculos y cambios
de última hora que deben haber tenido una incidencia de desánimo en el
electorado opositor. Sin embargo, tampoco eso explica todo pues su
influjo no puede ser mayor al rechazo de 80/70 % del que se dice es objeto el
gobierno. En todo caso, el principal deber de la MUD, antes de
adelantar opinión terminante respecto de este delicado asunto, es exigir
y participar de una auditoría que el propio gobierno ha admitido que sea del
100 % de los votos manuales. Por lo pronto, ya se sabe (la MUD lo sabe)
que las actas recibidas y suscritas son consistentes con los resultados
anunciados oficialmente.
2. Nadie se imaginó siquiera un
resultado como éste. Quien esto suscribe pronosticó en horas de la mañana un
resultado de 13 gobernaciones para la oposición y 10 para el gobierno y era un
vaticinio pesimista. Me equivoqué. Ni la más escéptica conjetura podía
presagiar un resultado de 18 a 5 a favor del gobierno. ¿Qué pasó?
3. Lo primero es admitir que el
chavismo, ahora chavismo-madurismo, está allí, como una tangible fuerza
política y social. Sin esta admisión básica, es imposible poder aproximarse
a un examen asertivo de lo que pasó. La supina actitud de desconocer
esa existencia como el fenómeno político popular que es (el más importante de
nuestra historia con Boves, la revolución federal y Acción Democrática),
creyendo que es sólo la resulta de dádivas y presupuesto o de intimidación y
ejercicio totalitario del poder, ha sido durante estas dos décadas causa de
errores graves por parte de quienes lo adversan, pues al hacerlo se distorsiona
la realidad y a partir de una realidad distorsionada, los desatinos, los
cálculos erróneos, los disparates en la evaluación de la correlación de
fuerzas, etc., están siempre a la orden del día. Prueba de su vigor es
que, aún en el entorno de la más honda crisis económica y social en
siglo y medio (que es responsabilidad enteramente suya), y con un
líder/presidente tan poco agraciado en asuntos de carisma y verbo, todas las
encuestas han dado siempre cuenta de su presencia como primera referencia
partidista. Eso debería decirnos algo. Se trata, sin duda, de una
fuerza política atada al Estado, no creada pero sí amasada a su sombra,
de una nueva clase social burocrática que tal vez sin la
ventaja del uso y del abuso de los dineros públicos y del poder no sería la
misma en el combate político. Pero es obvio que a partir de allí se
tiene un piso formidable para la acción, más aún si tenemos en cuenta que suele
acrecentar su capacidad de hegemonía alimentándose de los numerosísimos
errores, dislates e incoherencias de su principal adversario: la MUD.
4. Creo que la abstención
militante, por exigua que haya sido, influyó en parte en estos resultados.
Abstención militante que, vale la pena subrayarlo, es hija legítima de
cuatro meses de prédica extremista: 350, “hora cero” (sic), “calle del no
retorno” (sic), y otras sandeces que predicaron algunos voceros opositores.
Adoctrinados por ese discurso, a muchos les fue imposible comprender un “golpe
de timón” que ahora llevaba la lucha de la calle violenta al terreno pacífico y
electoral. Es cierto que la participación electoral fue alta pero ello
no quiere decir que la abstención militante no haya hecho daño, focalizada en
algunos lugares donde la radicalizada clase media opositora tiene peso electoral
específico: pienso, por ejemplo, en las zonas urbanas de los estados Miranda,
Carabobo y Lara. En estos estados, la diferencia fue relativamente
estrecha, y allí puede estar la abstención militante. La MUD debe investigarlo
en profundidad, si quiere saber lo que pasó. Si a esto sumamos otras realidades
perturbadoras como la fractura de la MUD explícita y/o espiritual en estados
como Amazonas y Aragua, podemos rápidamente sacar cuentas y percibir que, producto
de las propias atrofias de la oposición/MUD y no de un mítico fraude, en vez de
ganar 11 o 12 estados, se estén ganando sólo 5 o 6.
5. Estoy totalmente persuadido de
que si en vez de dejarnos atrapar por el referendismo del
2016 (rr o nada), hubiésemos aceptado negociar, como se propuso y fue posible,
un acuerdo que garantizaba regionales ese año y otras conquistas de no menor
cuantía, los resultados hubiesen sido otros. Incluso, estoy absolutamente
convencido de que si hubiésemos evitado la absurda línea insurreccional
de este año, que fue caldo de cultivo para el discurso abstencionista, y nos
hubiésemos mantenido firmes en la defensa de la ruta democrática, que implicaba
diálogo y negociación, los resultados también hubiesen sido otros. Pero
como tanto se ha dicho, la oposición actúa por espasmos, es como
una representación política de El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr.
Hyde: unas veces andamos democráticos y pacíficos, concentrados en el
proceso gradual de acumulación progresiva de fuerzas: políticas, sociales,
electorales, institucionales, y otras somos poseídos por una bestia infernal
que promueve la calle violenta, no importa cuántas muertes cause, tienta el
golpe militar (siempre fallidamente, por demás) y hasta clama por una invasión
militar extranjera. Esa incoherencia se paga cara a la hora de cosechar
triunfos electorales. La historia de estos 20 años de hegemonía chavista
y ahora chavista-madurista demuestra que cada vez que escogimos la ruta
democrática, obtuvimos victorias; y cada vez que escogemos el salidismo,
nos esperan derrotas como la que acabamos de sufrir. Porque entendámonos de
una vez: esta derrota no es la de la ruta democrática, no, para
nada. Es la derrota que se deriva de cuatro meses de delirio extremista
que afectó, socavó en sus propias bases, una ruta democrática que, hasta la
victoria de la AN, había demostrado ser probadamente exitosa. Este asalto
extremista a la MUD post-elecciones parlamentarias de 2015, se parece
mucho a la confiscación que de la insurrección civil del 11A hicieron (y
planearon desde un principio) algunos sectores extremistas y, además,
plutocráticos el 12A cuando el golpe de Estado de Carmona.
6. También resulta cómodo
llamar a la unidad. Sí, la unidad es un valor, ¿qué duda cabe?, en
particular si más que como una táctica electoral se la ve como una estrategia
de nación: unidad de todos, incluso el chavismo. Pero también lo es
la coherencia en la conducción política. Tengo para mí que parte
de nuestras equivocaciones del 2014 (guarimbas) a esta parte ha tenido que ver
con la pretensión de hacer coexistir dos estrategias contradictorias, de las
que se derivan por tanto tácticas contradictorias. Como en 2014, sigo
creyendo que es más útil y menos perjudicial un deslinde a tiempo,
civilizado, respetuoso, que una convivencia en que cada una de estas
estrategias “traba” a la otra. Como sabemos, una es La Salida;
la otra, la ruta democrática. Una cree en la calle del no
retorno, aunque sea violenta y sangrienta; la otra cree en la calle
siempre y cuando sea pacífica, social y útil. Aquélla es maximalista,
lo pide todo ya, es inmediatista; ésta postula un proceso
progresivo de acumulación de fuerzas que haga posible un cambio democrático
pacífico y electoral lo que supone una transición pactada a través del diálogo
y la negociación. ¿Acaso no es mejor, más conveniente a
ambas visiones, que en vez de estar forzando una unión contra natura se
deje que cada una de estas estrategias desarrolle con libertad sus estrategias
y sus tácticas y evalúe luego con propiedad sus resultados, sin
perjuicio ni prejuicio de alianzas y acuerdos (en particular electorales) entre
una y otra?
7. Una nota final: es bastante claro
que esta derrota tendrá efectos que, si no se actúa con resolución y
audacia, pueden ser devastadores. Toca volver a empezar, por duro
que resulte afirmarlo. Puede decirse que, poco más o menos, estamos
regresando a 2006, cuando luego del golpe-de-Estado/paro/abstención, la
Coordinadora Democrática de entonces se desfondó y hubo que improvisar una
nueva dirección política (el pacto Petkoff/Rosales/Borges) que pudo
asumir el liderazgo de la oposición, concebir y conceptuar la ruta democrática,
y coagular luego en la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), llevándonos hasta
la victoria histórica de diciembre de 2015. Admito que incluso la ruta
democrática debe ser puesta en tela de juicio. Pero hasta nuevo
aviso, no observo otra estrategia creíble, a menos que se crea que
el extremismo de La Salida ya pueda serlo. Por eso sugiero tal
vez reformular la ruta democrática, combinarla con lucha de calle:
pacífica, social, útil, pero, como en 2006/2007, reagrupar las
fuerzas que crean en ella e insistir en esa estrategia. Se necesita para
ello que todos los demócratas, en la MUD y quienes estamos más allá de sus
fronteras pero en el campo de la oposición, rediscutamos qué tipo de
dirección y de organización se requiere para esta etapa que
comienza. ¿Es la MUD un modelo eficaz? ¿Debe ser sustituida
por otro tipo de alianza que incluya lo civil y lo social? ¿No será
que el país de hoy nos reclama una nueva referencia política, una nueva
oposición? Nadie promete un jardín de rosas, pero parece que no es otro
sino éste el desafío. No veo fácil que sea probable, ni siquiera posible, pero
es la única lucha que vale la pena si aún soñamos en un país en que libertad y
progreso social para todos sean posibles, un país unido, reconciliado y en paz.