Por Frei Betto
Tomado de Prensa Latina
Noam Chomsky, teórico estadounidense que revolucionó la
lingüística moderna, comprobó que, después de la Segunda Guerra Mundial
(1939-1945), los EE.UU. pusieron en práctica la estrategia de dominio global.
El gobierno del presidente Franklin D. Roosevelt había decidido que controlar
las reservas energéticas del mundo, en especial de los países productores de
petróleo, traería a su país “un control sustancial del mundo”.
El Departamento de Estado, que cuida de la política externa
usamericana, visualizó el dominio de una gran área, en la cual estarían
incluidos todo el hemisferio occidental, el Extremo Oriente y los territorios
del antiguo Imperio Británico. Dentro de esa gran área los EE.UU. mantendrían
un “poder incuestionable”, con “supremacía militar y económica”, y
garantizarían la “limitación de cualquier ejercicio de soberanía” por parte de
los países que pudiesen interferir en el proyecto de dominio global.
Por temer que la Europa Occidental de la posguerra adoptase
un rumbo independiente de la hegemonía controlada por Washington, los EE.UU.
crearon la OTAN en 1949. El pretexto fue unir fuerzas para contener la amenaza
soviética que dividía el continente europeo en dos sistemas delimitados por el
muro de Berlín.
Al decidir poner fin al socialismo soviético, Gorbachov
exigió a la OTAN el compromiso de no avanzar sobre el Este europeo. Bastó con
que cayese el muro de Berlín para que el acuerdo fuese ignorado. Desde entonces
la OTAN se volvió una fuerza de intervención. Según Haap de Hoop, su secretario
general entre 2004 y 2009, les corresponde a las tropas de la OTAN “vigilar los
oleoductos que transportan petróleo y gas en dirección a Occidente” y las rutas
de los navíos petroleros.
El principio estratégico del dominio global fue reafirmado
por Clinton, quien declaró que su país tenía derecho a usar la fuerza militar
para garantizar “el acceso irrestricto a los principales mercados,
abastecimientos energéticos y recursos estratégicos”, y debe mantener tropas
“permanentemente movilizadas” en Europa y en Asia, “a fin de moldear las
opiniones de las personas sobre nosotros” y “configurar los acontecimientos que
afectan a nuestra subsistencia y seguridad”.
Tales principios desembocaron en la invasión de Iraq, de
Afganistán, de Libia y de Siria. En el 2007 la Casa Blanca decidió que las
tropas usamericanas se mantuvieran por tiempo indefinido en Iraq, con el fin de
privilegiar a los inversionistas yanquis.
La llamada primavera árabe, en especial en Egipto y en Túnez,
fue un mero juego de escenas típico del proverbio de Lampedusa: cambiar para
que todo quede como está. Cambiaron los gobiernos pero no los regímenes
dictatoriales. Los EE.UU. están dispuestos a todo para impedir que la
democracia se refuerce en el mundo árabe.
El desprecio de la élite estadounidense por la democracia se
reveló de modo elocuente cuando se tuvieron las informaciones de Wikileaks. Los
datos revelados allí no han sido desmentidos, pero los responsables de bajar
esos datos han sido condenados de forma sumaria.
ag/fb