- LUCAS DE LA CAL
/ Tomado de El Mundo - España
El reportero recorre los 'agujeros negros' de la prostitución
infantil en Tánger, un fenómeno nacional que en la ciudad es más visible por el
aumento de niños de la calle que quieren emigrar
Madrugada del 9 de diciembre de 2017. Plaza del Petit Socco
de Tánger. En los callejones que bajan hasta el puerto se escucha el fuerte
ruido de fondo del cierre de los telares. Sólo quedan hombres en las calles. Un
chico marroquí, vestido con un viejo chándal azul, murmulla bajo y en perfecto
español las siguientes palabras: "Si no quieres hachís ni
cocaína... ¿Te gusta follar? ¿Te gustan los jovencitos? Aquí vienen muchos
europeos buscando niños". Es la cuarta noche seguida que se
acerca. Las primeras veces sólo ofrecía hachís y cocaína. Un par de meses
antes, a pocos metros de ese callejón, la policía detuvo a un ex sacerdote y
profesor norteamericano que pagaba 50 euros a niños de 11 años que duermen en
la calle a cambio de mantener relaciones sexuales. Se llama Arthur Perrault y
se había fugado hace 25 años de Alburquerque. La Interpol le buscaba por abusar
sexualmente en su país de 36 monaguillos menores de edad.
Madrugada del 14 de enero de 2018. Habitación de 40 dirhams
la noche (cuatro euros) en una pensión en la parte trasera del mercadillo
tangerino. Desde la ventana se aprecia el continuo tránsito de niños y
adolescentes, casi todos están colocados a esas horas por el pegamento -disolvente
de pintura dentro de una pequeña bolsa de plástico- que llevan esnifando todo
el día. Pasan por el callejón dos hombres conversando en francés. Se detienen a
hablar, mediante señas, con tres menores.
El hombre más alto entra en la pensión acompañado por uno de
los críos. No tiene más de 14 años. Casi 40 minutos después, el menor sale sólo de la
pensión, se sienta en el suelo y empieza a esnifar la bolsa con pegamento que
guarda en uno de los bolsillos de su pantalón roto. A su lado pasa otro hombre,
que lo coge de la mano y ambos desaparecen al girar la esquina.
Madrugada del 11 de febrero de 2018. Ya van 12 noches
repartidas en tres meses pasando a la misma hora por el mismo sitio; viendo las
horribles e impunes escenas una y otra vez desde las ventanas de las
habitaciones de tres pensiones diferentes. Un hombre, que vende cigarrillos en
un puesto a la entrada del callejón, confirma lo que ya estaba confirmado.
"Buscas chicos, ¿verdad? A estas horas todos buscáis un culo y heroína.
Por 30 euros tienes ambas cosas. ¿Te gustan pequeños? Hay alguno que tiene
ocho años y está tan drogado que no se entera de nada".
No ha sido fácil escribir estas líneas. Si que lo ha sido
dejar de contar otras situaciones más duras en las que el alma se rompe al ver
como es tan sencillo robar la infancia a un niño. No existen palabras
objetivas para describir la cara del monstruo que ofrece tener relaciones
sexuales con un crío de ocho años por 30 euros. Si que las hay para
hablar de Marruecos como un país donde, a día de hoy, la trata y la explotación
sexual de menores de edad está presente en varias regiones. Prácticamente, cada
semana, sale en la prensa local algún nuevo caso de pedofilia, muchos
protagonizados por hombres extranjeros.
Van a por los débiles
"La explotación sexual de menores se ha convertido en un
gran fenómeno en Marruecos, un gran refugio de pederastas", denuncia Med
B., coordinador en la región Tánger-Tetuán de la asociación marroquí No toques
a mi Hijo, que llevan 14 años destapando e investigando casos de
prostitución infantil y abuso de menores en las calles del reino alauí. Med
añade que la situación es especialmente delicada en ciudades como Tánger, donde
cada vez hay más menores que viven en las calles (alrededor de 200). Son
chavales en tránsito, nacidos en zonas rurales del país, con la única idea de
emigrar hacia Europa, tomando España como primera parada. Ellos son los que
cruzan cada semana a la península escondidos en los bajos de los camiones que
van en los ferrys o en pateras hasta las costas andaluzas. También son los más
vulnerables frente a los pederastas y violadores.
El investigador y arabista José Carlos Cabrera ha estado los
últimos años trabajando como mediador intercultural con más de 6.000 menores
magrebíes que han cruzado a España. "Hemos tenido muchos casos de chavales
que han sufrido algún tipo de abuso sexual, pero es complicado abordar ese tema
con ellos. Algunos se prostituían como única forma de sobrevivir. En
Marruecos les roban la sexualidad", afirma Cabrera. "La mayoría
de los perfiles que registramos de clientes que buscan este tipo de turismo
sexual con niños son hombres europeos y de Estados Unidos", explica Med.
"Estos tipos engañan y se aprovechan de los críos, primero ganándose su
confianza. Saben de la desesperación en la que se encuentra el menor". El
móvil de Med no deja de sonar. En la quinta llamada que descuelga le cuentan el
caso de una adolescente discapacitada a la que ha violado un familiar. Al
teléfono gratuito para urgencias de la asociación (+212 528 825 117) llegan
cada día unas siete llamadas donde algún anónimo, vecino o familiar, les
comunica que hay un menor al que han violado o se está prostituyendo en la
calle.
"Aquí en el norte, desde 2011, hemos destapado
más de 200 historias relacionadas con todo tipo de abusos sexuales hacia niños y
hemos conseguido que 80 hombres acaben en prisión. El 30% eran turistas de
España, Francia e Inglaterra", asegura Med, que también hace trabajo de
campo. "Cuando recibo alguna denuncia, me desplazo hasta el lugar para
buscar a la víctima, a su familia, e intentar convencerles para que denuncien.
Después les damos ayuda jurídica y psicológica al menor. Aunque, algunas veces,
no sirve de nada porque es la propia familia, muy pobre, la que guarda silencio
o está prostituyendo al crío con algún vecino o familiar".
Aquí es donde entran las madres solteras de las casas bajas
de la Kasba de Tánger. Mujeres invisibles para gran parte de la sociedad e
instituciones marroquíes. Viven en un país con una ley que condenan las
relaciones sexuales fuera del matrimonio y que las aparta cuando los hombres
las abandonan con los hijos. Asociaciones como No toques a mi Hijo denuncian
que muchos de los casos de violaciones de menores que ellos reciben vienen
precisamente de estos entornos.
Dentro de la Kasba, una mujer, madre soltera de tres
niñas pequeñas, nos cuenta que hay noches en las que algún hombre intenta
entrar a su casa para violarla a ella o a sus hijas; y que a la niña de su
vecina la violaron hace unos meses. Otra mujer, trabajadora social, explica que
la realidad es aún mucho más dura. "Hay algunas mujeres que se prostituyen
ellas y a sus hijos para poder comer. Aquí es como si no existieran, el Estado
no las protege y los hombres las miran como apestadas, como si pudieran hacer
lo que quieran con ellas".
Algunos de los hijos más pequeños de estas madres solteras
van a la guardería de las monjas de Jesús María, en el antiguo convento
franciscano de Tánger. Las religiosas también tienen una casa de acogida con un
grupo niñas menores (de seis a 14 años) víctimas de maltrato, abandono y abusos
sexuales. "Las agresiones a estas chicas se suelen dar dentro de
la propia familia y del entorno", aseguran. El año pasado, en la
región de Tánger, la policía marroquí creó una unidad especializada en la trata
y prostitución de menores. "Somos muy pocos y no tenemos suficientes
medios para investigar", protestan los agentes. Lo mismo ocurre en los
juzgados, donde existe un tribunal específico que da atención a las mujeres y
menores víctimas de la violencia sexual. "Es muy difícil
determinar el número exacto de niños que se dedican a la prostitución.Los
organismos institucionales (dependientes del estado) no trabajan en sinergia
con las organizaciones no gubernamentales y la sociedad civil. Cada uno guarda
los resultados de sus investigaciones, sin compararlos ni compartirlos",
afirman desde la asociación No toques a mi hijo.
Hace cuatro años, un colaborador de la brigada de
información de la policía marroquí se hizo pasar por extranjero para investigar
las redes de prostitución infantil en Tánger. En el paseo marítimo, un
proxeneta le ofreció un encuentro con "jovencitos". Logró entrar en
uno de los apartamentos, detrás del hotel Solazur, donde le estaba esperando
una mujer con velo. "Me dieron a elegir entre un niño de 13 años y otro de
nueve. Escogí al más pequeño, que vivía en la Kasba, que me contó en la
habitación que sus padres no sabían nada y que él lo hacía porque le habían
prometido dinero", recuerda el investigador, que durante semanas comprobó
como en las casas de la Kasba y en el callejón del Petit Socco también se
ofrecían a niños para mantener relaciones sexuales. Pese a tener las
suficientes pruebas y testimonios para acabar con toda la trata, la policía
únicamente desmanteló y detuvo a la organización del proxeneta del piso frente
a la playa.
El problema que también se encuentran los agentes marroquíes
al investigar es que en sus archivos no tienen una lista negra con los
antecedentes por pedofilia de los extranjeros que entran en el país. En 2016,
el diario norteamericano Alburquerque Journal destapó que uno de los
pederastas más buscados, un sacerdote y profesor de nombre Arthur Perrault,
estaba viviendo en Marruecos. Arthur se había fugado en 1992 de EEUU, y su
último paradero conocido ese año había sido la ciudad de Vancouver (Canadá).
Tenía 36 denuncias por abusos sexuales a chicos menores de edad cuando ejercía
de sacerdote en la Arquidiócesis de Santa Fe, en Alburquerque.
Arthur se encontraba viviendo en Tánger, dando clases de
inglés a niños en la American Language Center. "Aquí se dedicaba a
abusar de los menores que quieren emigrar y que no viven con sus familias.
Todos eran niños, de 11 a 14 años, a los que pagaba hasta 50 euros",
cuenta Med. "Localizamos a algunas víctimas, pero no quisieron hablar.
Presentamos una denuncia conjunta junto con una organización americana, y la
justicia de su país mandó una orden de detención internacional". El 13 de
octubre, Perrault fue deportado.
En enero, en otra de las grandes ciudades de Marruecos, en
Fez, 270 kilómetros al sur de Tánger, fue detenido un hombre francés de 58 años
acusado de abusar sexualmente de dos niñas de 10 y 13 años. Días después,
decenas de personas salieron a manifestarse por las calles de Fez denunciando
la impunidad de un turismo sexual que se ha extendido por todo Marruecos.
Hasta un iman arrestado
Esta semana, en una aldea cercana a la ciudad de Temara,
cerca de Rabat, un iman ha sido arrestado en la mezquita acusado de abusar
sexualmente de seis niños a los que estaba enseñando el Corán. En la
capital, en el mercadillo junto a la antigua medina, un comerciante también fue
detenido por abusos a tres niños de nueve años. En un hammam (baño árabe) de
provincia de Settat, un masajista ha sido denunciado por haber violado a una
niña mientras le hacía un masaje. Y en la costa atlántica, en la ciudad de
Essaouira, la policía ha arrestado este mes a un entrenador de monos acusado de
violar a varios menores.
"Hay casos por todo el país, pero donde más
invisibilizados están es en Marrakech, que ahora mismo es la capital del turismo
sexual mundial, y por lo tanto también de la trata de niños", afirman
varias asociaciones en defensa de la infancia. Precisamente en Marrakech, hace
un par de años, dos periodistas de una televisión italiana fueron
expulsados de Marruecos cuando estaban grabando un reportaje sobre la
prostitución infantil en la ciudad roja. Los reporteros consiguieron grabar
con una cámara oculta cómo en la plaza Jemaa El Fna una mujer les ofrecía tener
relaciones sexuales con chicas menores de edad.
En Tánger, el último agujero negro de la prostitución
infantil está en otro callejón, frente al mercado de pescado. A primera
hora de la mañana, siempre hay algún menor durmiendo en la puerta de un garaje.
Cuentan que por la noche, en los apartamentos de los edificios de esa calle,
algunos hombres suben con los críos para mantener relaciones con ellos. Es un
horror en todo el país. La gente está cansada de que Marruecos se haya
convertido en un paraíso para pederastas, decían los vecinos de la ciudad de
Fez tras la detención del último abusador, un francés. "Dejad de violar a
nuestros hijos", gritaban.